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Gastón Nakazato (el otro lado)

Novenas Nocturnas y Cartas a Marilia en el café

Novenas Nocturnas y Cartas a Marilia en el café   Novenas Nocturnas

Una noche como cualquiera, una soledad de uvas lentas se empecinó en caer en la trampa de las novenas nocturnas, y digo bien, aunque tan solo sea una metáfora enferma de ésas que no dicen nada, aquí, en el ambiente terreno.

Subyugado y en sombrío espasmo me dilato, me proyecto, me nutro -in vitro- e imploro, aunque más no sea implorar.

- Es una medusa, comprime y dispara-, agregó ‘la tonta'. Nombre supuesto otorgado en los tiempos de la renaciente- reciente luz de enamoramiento... - concluyó de un tirón el niño de la pluma y dicho y hecho, echó a seguir...

A esto

éstos

que son todos estos llantos borravinos que susurran como sorbos en el frío de esta copa, en el frío... Brujas que se fuman lo esfumable, lo insurrecto, lo ideal...

Por lo nuevo de este abrazo...

Por el viento de tus labios y de tus manos

que es todo esto...

 

Carta a Marilia en el café

Esto de andar eventualmente entre lazos consigue esfumar lo que no consigo, todas las cúpulas en movimiento en la hojarasca del serpentear de los vientos...

Canta ama tanta tierna, sublime en la habilidad de dispararme en sonrisas divinas y amarillas todo el amor...

Como en común acuerdo nos tuvimos en un último beso y bajó del umbral mutando en alada mariposa, casi naranja, casi violeta, casi todo. Perfecta flor de la tormenta.

Entonces, te bebí como en colores. Borravino me encendí y fui completamente tuyo en mi alegría. Amé tu silueta en el pasto, en el parque oscuro de la noche, en las escaleras del décimo piso, contra las babas, contra la pared, contra tu soplo y a los gritos. Con fuerza de labios, lenguas y manos y movimientos supuestos de profundo intento orgásmico en las ropas.

No olvido tu sangre en mi vientre, ni siquiera tus ojos...

Tus ojos, lejanamente tristes. Suaves, cercanamente bellos...

Yo sé que me olvidan (inexorablemente me olvidan) y dibujan el descanso para llegar así al silencio de la verdadera música; la que no se oye, la que se suicida en primaveras o en visitas del verano. Esperadas, por cierto.

Yo sé, pues ya te conozco, y no confiar en el credo significa decirme adiós... Bonita, princesa bonita... Bonita... Sencilla, agradable persona... Gran amor de mi pequeña vida... Más allá...

Del sueño a las palabras (tan torpes las pobres)

Tan chiquitita, en uno de mis hombros te dejaste llevar hasta las sombras de un banco del parque solitario. Esperando el amanecer retorné hacia un par de horas, en que agotar los recursos, era cuestión de mirarte y mimarnos en brisas caricias.

Ya nada dura lo suficiente, ya nada dura demasiado. La precisión cronométrica ha usurpado ponzoñosa los recintos del cristal (delicada piel del agua), cajita sonora que guarda los ojos y los besos más intensos.

Aromas, timbres, temblores. Latidos, frecuencias e intensidades. Al menos eso, es lo que me queda del cóctel de situaciones vividas.

Pero lo que más me condena es esta reflexión de las tres y cuarenta y cinco, momento en el cuál te extraño, mientras sé que estás dormida, mientras tus párpados duermen y no están-.

- Quisiera saber qué es lo que ven:

-Fosforescencias? -

-Peces azules?-

- Nubes sin nubes, tules de nubes, tules innubes?

Nubes innubes en este cielo en el que te imagino contenida entre las sábanas, hermana de mis sueños y principios.

Ya sos mucho más que un nombre. Llegás y te vas. Y sin robarte más de tu tiempo y de tu cansancio, yo también me voy...

Dos pasos y te veo de espaldas, tu cabello negro (que ya casi es el mismo). Te miro pensando en que tal vez me mires (sonriendo), para así reencontrarnos en estos abrazos llenos de un misterio que no deja de ser sincero y que a veces se transforma en mariposa, que parpadeando se posa en la corola de tu boca.

Aunque la negrura de la noche te hizo parte de su esencia y me quitó cualquier posibilidad de beso final. Aunque ya en ese instantáneo y acordado ‘sin adiós', habíamos coincidido en que las despedidas se hacían dolorosas, hasta el punto en que resultaban contraproducentes; tuve el enfermo deseo de que dieras media vuelta el rostro, para así encontrarnos en el aire cruzado de nuestras miradas.

 

A Marilia, desde algún árbol, desde algún día, desde algún astro...

Te ves tan cambiada, aún más violeta. No  es que caiga en la melancolía, es que necesito del diálogo cálido y de tu carcajada entera.

No estoy solo aquí en mi árbol, las brisas de marzo y sus amaneceres me animan bastante, yo diría que lo suficiente. Pienso en que algunos jilgueros se animarán hasta mis brazos. Tal vez las músicas (las de sus alas) me armonicen la savia, sonidos enteros de cielos turquesas, naranjas y fucsias...

Te veo mañana derramada a mis pies?

Recomiendo, recorras tus páginas y tus dedos, por las sombras de mis ramas, las que apuntan hacia el valle, hacia  el valle de los aires de tu sonrisa plateada...

Algunos ciervos me susurran las cercanías de un mar atiborrado de corales, donde habitan hipocampos, medusas y extrañas caracolas que en su interior cantan ecos furiosos y futuros; cantan los latidos que las habitan...

- ‘Nos vemos en un tiempo, la canción será de agua...' - Dicen.-

Y entre visiones, delicados mundos se abrazan, se chocan. Naturales, inexplorados u olvidados, se queman, se intoxican, se mueren... Y se dejan ir, como burbujas pululantes (ingrávidas?) Que secas implosionan, se comprimen en algún punto anacrónico del cosmos; quizá a la espera de alguna reacción, algún mero soplo de vida.

La tierra y sus diminutos seres me conviven, solo sueño cuando observo los colores y texturas que me regala el cielo. Es ahí, cuando el cambio imperceptible de paletas celestiales impacta en mi corteza y todas son estrellas y todo es tan cercano, tan cercano que es de plomo y me ahoga, y el fin es inexorable.

Inmóvil, a cinco segundos del perecer; los pájaros, las risas, las caracolas y sus ecos, tu voz y el corazón que tatuaste en mi madera, todo y aún más expira conmigo.

 

Y así los días...

Y así los astros...

Y así, los días de los astros...

CODA

Aún los veo

como dos continentes

abrazados bajo la inestable noche.

Sintiéndose sintiendo, la energía desplomarse en pedacitos...

Un brazo por acá

una oreja por allá.

El alma estallando en cada poro del cuerpo.

La mente bombardeando momentos de ternura

(pretéritas luces titilando como estrellas en el universo del recuerdo).

 

Ella se reía con toda la cara.

Él la miraba y se entregaba

y se confundían

y eran nexo.

Y eran ese punto de fuga mirándose a sí mismo (como al revés).

Dando vuelta los ojos

y viendo cada diástole

cada sístole

como medusas rojas

como flores

como guirnaldas navideñas...

Como glóbulo que recorre

hasta el último punto (de la tierra?)

 

Aunque pude estar equivocado

y ellos jamás se percataron de tal sentimiento

por demás surreal.

Ahora me atrevo a pensar (muy para conmigo mismo)

en que sus rostros estaban tan iluminados

que no había más amor

que esa sola gema

perdurando en esos niños.

Gastón Nakazato

La Plata (Bs. As.) 1997 - Oberá (Mnes.) 2001

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